Los 11 de septiembre quedarán asociados, quién sabe cuánto tiempo, con imágenes de aviones sobrevolando edificios, con humo, con muerte y con destrucción. Da igual de a qué 11 de septiembre nos estemos refiriendo; si a aquel septiembre chileno de 1973 o al septiembre neoyorquino de 2001.
De lo que no cabe duda es de que aquellos acontecimientos marcaron un triste devenir en la historia. En el primer caso, significó ruptura, muerte y sufrimiento para un país “largo y estrecho” –nombre con el que el escritor Antonio Skármeta se ha referido en alguna ocasión a Chile- y, en el segundo caso, ha generado las mismas consecuencias pero a escala global y con una importante publicitación y fomento del miedo.
A día de hoy, si bien las televisiones del mundo prestan su atención a las banderas de barras y estrellas que ondean a media asta por lo muertos -de múltiples nacionalidades- que fallecieron en Estados Unidos hace ahora ocho años, deberíamos no olvidar aquel cruento golpe de Estado –ni que los golpes de Estado pudieran ser amables- que derrocó a la democracia y al pueblo chilenos e instaló una feroz dictadura que poco a poco se propagó por los países del llamado Cono Sur de América. Además de la muerte de Salvador Allende y la proclamación de la cruel dictadura pinochetista, que dejaron a Chile sin la libertad y la democracia por la que tanto había luchado el país de Gabriela Mistral, la llegada al poder de Pinochet dejó también al país sin cultura. Quizá, dicho así, suene demasiado rotundo. Para que nadie de aquella época se sienta ofendido, reformularemos la afirmación: “dejó a Chile sin la cultura popular que representaban dos grandes de la escena cultural mundial: Pablo Neruda y Víctor Jara”.
El asesinato a sangre fría del cantautor de pueblo, Víctor Jara, en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, y la muerte en extrañas circunstancias -según suelen decir los libros de historia- del Premio Nóbel de literatura, Pablo Neruda, no fueron más que la punta del iceberg de lo que significó el aislamiento cultural de Chile, provocado no solo por la muerte y tortura de destacados intelectuales, sino también por la emigración a la que se condenó a gran parte de artistas chilenos contrarios a Pinochet o sospechosos de simpatizar con Allende.
De entre quienes hicieron la maleta por aquellos años, sobresale una figura simpática, amable, polifacética y fecunda. Antonio Skármeta, además de ser el creador de obras tan celebradas como “El cartero de Neruda” -dirigió la película “Il Postino” basándose en su propia obra- o “El baile de la victoria”, también es el autor de otras novelas quizá menos conocidas como “La chica del trombón” y “La boda del poeta”, entre otras obras. Algunas de sus obras como “La chica del trombón” abordan, en cierto modo, el antes de la llegada de Salvador Allende al Palacio de la Moneda y sus primeras elecciones. Por su parte, “El baile de la victoria” -por la que se le concedió el Premio Planeta- habla del después; una sociedad dividida que busca su sitio tras una dictadura que solo ha dejado odio, sufrimiento y heridas -muchas latentes- que tardarán en cicatrizar.
Treinta y seis años después de aquel 11 de septiembre, Chile sigue intentado reinventarse política, social y culturalmente. Con una presidenta que sufrió en carnes propias los horrores de la dictadura, con una sociedad aún dividida y con grupos de intelectuales que no quieren olvidar a los referentes culturales perseguidos y masacrados por aquellos días. Entre tantos ejemplos, la cantante Francesca Ancarola ha tratado de homenajear una y otra vez a Víctor Jara, interpretando magistralmente sus canciones. En el ámbito de la literatura, son muchos quienes rinden tributo una y otra vez a Neruda, como Skármeta, autor de “Neruda por Skármeta”, un libro de reflexiones en torno al poeta de Temuco.
A pesar de todos estos intentos, también es cierto que siguen siendo miles los desaparecidos chilenos. Treinta y seis años después, dondequiera que aparecen unos huesos enterrados, se forman largas caravanas de mujeres -madres, esposas, hijas y hermanas- llegadas de todo Chile en busca de aquel ser querido al que perdieron.
Desde este lado del mundo, recordamos, a propósito de este aniversario, la canción que Ismael Serrano compuso con motivo de un viaje y un concierto celebrado en el Estadio Nacional de Santiago de Chile. Es curioso que esta canción, titulada “Vine del norte”, escogiera un cúmulo de casualidades para una de sus primeras presentaciones en público: Ismael Serrano la tocó, casi por primera vez, un 1 de mayo, en un festival de solidaridad celebrado en un teatro llamado Víctor Jara. (1 de mayo de 1998; Encuentro de Solidaridad con los Pueblos de África y Latinoamérica; Teatro Víctor Jara de Vecindario (Santa Lucía-Gran Canaria).)
"Mas no están muertos los que estaban muertos
ni están vencidos los doblados muros
y está verde otra vez la primavera"
Rafael Alberti
Excelente entrada. La voz de Víctor Jara es una delicia.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Jose