jueves, 25 de febrero de 2010

ORLANDO ZAPATA TAMAYO

El prisionero de conciencia cubano Orlando Zapata Tamayo murió ayer en La Habana tras pasar 85 días en huelga de hambre, confirmaron fuentes de la disidencia, que acusaron al Gobierno de permitir su muerte premeditadamente. "Es una terrible tragedia, la muerte de Orlando fue perfectamente evitable. Puede considerarse que ha sido un asesinato con ropaje judicial", declaró anoche Elizardo Sánchez, presidente de la Comisión de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional.
Zapata, de 42 años, fue detenido en 2003 en el marco de la
redada que llevó a 75 opositores a prisión acusados de conspirar con EE UU. Las condenas fueron muy altas, hasta de 28 años de cárcel, pero Zapata en realidad no pertenecía al llamado Grupo de los 75, sino que fue sentenciado a tres años de prisión por desacato, desorden público y desobediencia.
Fuentes del movimiento de derechos humanos aseguran que debido a su actitud de desafío a las autoridades en prisión fue acusado de nuevos "delitos" y así fue sumando condenas hasta casi una treintena de años. Zapata dejó de ingerir alimentos sólidos a principios de diciembre, en protesta por lo que describió como continuas golpizas de los guardias y otros abusos en prisión.
Zapata era de raza negra y de profesión albañil. "Su procedencia era muy humilde, y desde hace tiempo familiares y prisioneros alertaban de su precario estado de salud y pedían que se le tratase como un caso humanitario", aseguraron ayer fuentes diplomáticas. Fuentes de la familia dijeron hace días que estaba siendo alimentado por vía intravenosa contra su voluntad.

Nos parece un fallo irreparable de la humanidad que Orlando haya dado la vida por
su libertad, algo al menos, tendrán que reconciderar.
La bloguera cubana Yoani Sánchez difunde un vídeo en su blog Generación Y con Reina, la madre de Orlando Zapata Tamayo. Sin apenas luz, la madre del fallecido habla con entereza de la angustia y el dolor por la muerte de su hijo, preso desde 2003.

viernes, 19 de febrero de 2010

LA SUPERVIVIENTE

Bahia Bakari, una adolescente francesa, aparentemente frágil, que ahora tiene 14 años, muy tímida, buena estudiante, fan de los Jonas Brothers, cuenta su milagrosa historia con un hilo de voz, pero sin titubeos, sentada en la lavadora de la cocina de su casa de Corbeil-Essonnes, una localidad situada a una veintena de kilómetros de París. Al principio no tiene ganas de volver a recordar el accidente pero luego se anima explicándose cosas a sí misma y acaba sonriendo a veces. Su padre, Kassim Bakari, de 42 años, se encuentra al lado, atento a lo que dice su hija, a las reacciones de su cara, protegiéndola de todo, como ha hecho desde el día en que se enteró por un telefonazo urgente de que, tras haberla dado por muerta junto a la madre, su hija había sobrevivido al accidente.
Todo empezó el 29 de junio pasado, cuando Bahia y su madre Aziza salieron de casa en dirección al aeropuerto parisiense de Charles de Gaulle para acudir a una boda muy lejana. El destino final del viaje era las islas Comoras, la tierra de origen de la familia, el lugar en el que nacieron el padre y la madre de Bahia en la década de los sesenta. Los 1.300 euros de cada billete obligaron a seleccionar y el padre decidió que volaran sólo su mujer y su hija mayor en representación de los Bakari para acompañar a un tío suyo que se casaba en una semana.
Llenaron una maleta entera con regalos franceses; otra con ropa de verano. Desde París volaron hasta la ciudad de Marsella; de Marsella, en otro avión similar, a Sanáa, en Yemen. Allí, la compañía Yemenia Airlines les cambió de nuevo de avión para la última parte del viaje. El aparato, un viejo Airbus 310, sin permiso desde 2007 para volar en Europa por determinadas irregularidades detectadas por las autoridades aeronáuticas francesas y confinado a trayectos africanos menos exigentes, constituía lo que los comoranos, acostumbrados a esa compañía aérea, denominan "aviones basura" o "aviones ataúd". Bahia lo describe a su manera:
-Olía mucho a váter. Y había moscas dentro.
En un principio, a Bahia le correspondió un asiento situado lejos de su madre. Tras hablar con las azafatas, pudo cambiarse y sentarse junto a ella, al lado también de la ventanilla.
-No noté nada especial en el vuelo. Estaba muy cansada, muy aburrida. Llevábamos más de 14 horas de viaje desde París, en tres aviones distintos. Tenía muchas ganas de llegar. Recuerdo que me levanté para ir al servicio, que volví, que me senté y que las azafatas dijeron entonces que nos preparáramos, que íbamos a aterrizar ya. Ellas se sentaron en sus sitios y se ataron los cinturones. Las noté tranquilas. Yo me até el mío. Recuerdo perfectamente que me lo até. Miraba por la ventanilla, muy inclinada sobre el cristal, para descubrir las luces del puerto...
Entonces oye un ruido insoportable parecido al que hace una tela al rasgarse. Siente una suerte de aspiración gigante y una descarga eléctrica en su sistema nervioso que la deja inconsciente. El avión acaba de estrellarse en el mar sin que aún se sepa exactamente por qué. Nadie ha dado aún con las causas de este accidente, todavía con un juicio pendiente.
Bahia despierta en el agua. Bucea, sale a flote. Tose, escupe, grita. Nada unos cuantos metros gracias a los conocimientos de natación de las clases de piscina del instituto. No recuerda el momento de caer, no recuerda el golpetazo contra el mar. Tan sólo el hecho de verse de pronto debajo de las olas.
-Oí gritos de varias mujeres que pedían socorro cerca de mí. Me fijé por si venían a rescatarlas y luego a mí. Pero no pude orientarme. Luego todo se quedó en silencio. Vi cuatro trozos del avión a mi lado. Elegí uno que tenía una ventanilla porque era el más grande.
Trata de subirse a él, pero la plancha de metal no tiene superficie suficiente y se desliza por debajo de ella o acaba hundiéndose. Se resigna a quedarse recostada, con la cabeza y el torso apoyados en la plancha pero con las piernas sumergidas. Nota que el mar sabe a gasolina. No repara en el queroseno que la rodea, liberado por el avión tras el accidente. No hay fuego, ni llamas, ni luces cerca o lejos, ni luna en el cielo. Bahira recuerda una noche cerrada y silenciosa en la que acaba de ingresar de golpe sin comprender aún cómo. Imagina tontamente la maleta llena de regalos para los parientes de la boda hundida en el mar. Siente que le duele el ojo izquierdo, que le pesan las piernas, que los pantalones vaqueros y los botines se han convertido de pronto en una condena, que no puede mover el cuello hacia la derecha, que le duele la cadera.
-Al principio no pensé demasiado en lo que me había pasado. Por la noche no reflexioné mucho. Tan sólo tenía miedo de una cosa: de los tiburones.
Trata de no dormirse porque también tiene miedo de soltarse de la plancha y hundirse. Pero no puede evitarlo y se adormece, brutalmente agotada, sin haber pensado aún mucho en lo que le acaba de ocurrir.
Es entonces, mientras su hija flota de noche en medio del océano subida a un trozo del avión con ventanilla, cuando su padre, Kassim, recibe la primera de las llamadas angustiosas de esas horas. En París son entonces las tres de la madrugada, dos horas menos que en las islas Comoras. Una amiga francesa le pide que ponga la televisión en ese momento. Él obedece. Cambia de cadena, una detrás de otra, al no encontrar nada interesante: entonces repara en la leyenda roja de alerta que luce un canal de noticias, que informa en un teletipo escueto de que un vuelo de Yemenia Airlines con destino a Moroní ha desaparecido de la pantalla de los radares hace poco más de una hora. Permanece imantado a la televisión hasta que amanece. Entonces decide llevar a sus tres hijos pequeños a casa de su hermana y encerrarse en su domicilio a la espera de noticias. Hay familiares que acuden al aeropuerto, bloqueado por un grupo de hombres indignados también originarios de las Comoras que protestan por el estado de los aviones en que les obligan a viajar a Moroní.
Mientras, en la parte del mundo en la que Bahia vaga a la deriva, entre las islas Comoras y el continente africano, ha amanecido hace tiempo. Milagrosamente, Bahia, la adolescente delgada y de apariencia frágil, no se ha desprendido del trozo de avión que le sirve de balsa a pesar de su semiinconsciencia. No sabe cómo lo hizo, cómo lo consiguió: pero sigue viva, abrazada a la plancha metálica con ventanilla. Aún tiene en la boca el sabor metálico de la gasolina. Siente que hace mucho frío, cada vez más.
Entonces, a la luz de la mañana, auxiliada por cierta lucidez que le aporta el haber dormido y descansado algo, Bahia descubre lo sola que se encuentra en medio del océano.
-Pensé que yo era la única que había salido del avión. Que tal vez por inclinarme tanto para ver cómo aterrizaba me había caído, no sé cómo, a través de la ventanilla. Pensé que mi madre debía de estar muy preocupada en el aeropuerto, con los otros pasajeros, sin saber dónde estaba yo, por dónde andaba. Cuando recordé las voces de las mujeres que pedían socorro, que yo había oído por la noche, pensé que las había soñado, que eran una pesadilla. Era difícil saber lo que era un sueño y lo que no.
Con el amanecer, las islas Comoras se han movilizado para acudir al rescate de las víctimas del accidente. También Francia que, desde la cercana colonia de la isla de Mayotte, ha enviado aviones de reconocimiento. Hay buques militares, viejos barcos de pescadores que salen en ayuda de las víctimas a pesar de que el mar se encrespa cada vez más, a cada minuto. Los patrones llevan anotadas las coordenadas servidas por los aviones que ya han rastreado la zona y aseguran haber visto restos del Airbus. Todos saben que no hay mucho tiempo: las corrientes marinas, lejos de avanzar hacia la costa de las islas Comoras, lo empujan todo en dirección contraria, hacia Tanzania, a una velocidad constante de 80 kilómetros en un día. Esto significa que la carrera no es sólo contra el temporal que parece echárseles encima, sino contra el reloj.
Bahia, a su manera confusa e instintiva también se da cuenta de eso: comprueba que la costa verde que al principio de la mañana descubrió al frente se aleja cada vez más sin que pueda hacer nada por impedirlo. Ya ni siquiera bracea. Las piernas se le han vuelto de plomo y comienzan a dolerle. El ojo izquierdo no ha dejado de dolerle en ningún momento. Le empieza a doler también la cadera a cada movimiento. Sigue sin poder torcer el cuello. Tiene sed, debido a que cada vez traga más agua salada con sabor a queroseno por la creciente envergadura y violencia de las olas. Y hambre: su última comida fue un pollo indigesto y una ensalada de muy mala pinta que les ofrecieron en ese avión de saldo y que su madre le obligó a comerse por entero. El balanceo de la plancha en la que vaga sujeta es más pronunciado. Cada hora que pasa es más difícil evitar que el mar la devore debido a su propia debilidad creciente.
-Oía aviones. Luego me he enterado de que siempre era el mismo avión, que recorría la zona en busca de supervivientes. Pero yo no lo sabía. Creí que eran aviones diferentes, que simplemente pasaban por ahí.
Hay decenas de barcos que buscan por el área acotada. Algunos encuentran cadáveres, restos del avión que flotan a la deriva. A bordo del pesquero Hishima, un marinero llamado Líbouna Selemaní descubre algo encima de una plancha de metal que navega a unos centenares de metros de su posición. El potente oleaje le despista, pero luego vuelve a verlo. Da la voz de alarma, grita al cuerpo que se balancea a lo lejos. Le arrojan un salvavidas que se queda flotando cerca sin que la persona que permanece encima de la plancha se moleste en mirarlo. Da la impresión de que está muerta.
-Oí gritos, vi el barco de unos pescadores. Era ya después de mediodía. No recuerdo bien, porque yo me dormía y me despertaba agarrada a la plancha. Oí que me gritaban "ven" o "por aquí", pero yo no podía hacer nada, no tenía fuerzas ni siquiera para levantar la mano. Me encontraba casi desmayada.
Selemaní no se lo piensa mucho y se arroja al agua con un cabo de cuerda en la mano. Llega nadando, no sin dificultad, hasta Bahia, que no recuerda muy bien el momento en que el marinero consigue agarrarla poniéndole una mano en el hombro. Le habla: "Tranquila, no te muevas. Te vamos a sacar de aquí".
La arrastra hasta el barco. La izan. La refugian en el camarote del patrón. La ayudan a despojarse de los botines, de los pantalones vaqueros, de la sudadera empapada y fría. La envuelven en cuatro mantas. Tirita. Siente escalofríos. El patrón le hace una cura de urgencia en el ojo herido. Le ayuda a vomitar varias veces el agua salada y el queroseno que almacenaba en el estómago y que funciona como un veneno. Ella da su nombre y el de su ciudad a los pescadores. Pregunta por su madre, convencida aún de ser la única persona que se ha caído del avión y no la superviviente de un avión destrozado. Sin precisar mucho, le contestan que la espera en el aeropuerto. Le dan algo de comer y algunos vasos de agua azucarada. Después se duerme, exhausta, sin saber todavía lo que le ha ocurrido, después de haber flotado más de ocho horas a la deriva completamente sola y en silencio, aterrorizada por los tiburones de su imaginación y por la amenaza real de ahogarse.
La noticia de que existe un superviviente del monstruoso accidente de avión da la vuelta al mundo, al principio con un error de bulto. Alguien desde el barco comunica que han rescatado a una niña y alguien en el puerto entiende que se trata de un bebé. Han de pasar aún varias horas hasta confirmar que la milagrosa superviviente es una adolescente de 13 años, delgada, con nombre y apellidos, que vive en las afueras de París.
Ése es el segundo telefonazo de urgencia que recibe el padre de Bahia en menos de diez horas. Un amigo de las islas Comoras que acaba de enterarse, le pregunta a bocajarro, casi sin saludar:
-Kassim, ¿cómo se llama exactamente tu hija, la del accidente?
Bahia llega a un hospital de Moroní. Los médicos la diagnostican heridas en un ojo, quemaduras en la mejilla, quemaduras en las piernas y una clavícula y una cadera rotas. A falta de hemorragias internas, nada grave.
Bahia todavía cree que ella sola se cayó del avión, que éste aterrizó sin problemas hace horas, que su madre vive. Por eso no entiende qué hace allí, a su lado, una psicóloga. Ésta le explica que hay muchas probabilidades de que se sienta culpable después de haber sobrevivido a un accidente de avión. Sorprendida, confusa, extrañada de esa frase algo enigmática, Bahia le pregunta por qué no está ahí su madre, y la psicóloga le responde, brutalmente, que no hay más supervivientes, que ella es la única persona viva que ha salido de ese avión.
Bahia habla poco de su madre. No quiere que le pregunten por ella. Su familia, durante mucho tiempo, tampoco lo hizo. Era, según cuenta, una manera de conjurar su ausencia, de sufrirla cada uno por su lado. Explica que el golpe de enterarse de que su madre había muerto en el accidente fue mucho más grande y más doloroso que el que sintió al desintegrarse el avión, peor que la noche pavorosa que padeció a la deriva en medio del mar.
El resto de la historia es simple: regresó en el avión de un ministro francés que acudió a interesarse por ella y a hacerse la foto, se reencontró con su padre, dividido entre la angustia de haber perdido a su mujer y la alegría de haber recuperado a su hija mayor; convaleció durante varios meses en un hospital de París, se le cerraron de nuevo los huesos de la clavícula y de la cadera, se le curó el ojo, las quemaduras leves de la mejilla y las graves de las piernas. Volvió a su casa y recuperó la vida cotidiana: su instituto, sus amigos, sus notas brillantes de alumna modelo.
Sigue siendo tímida, como recuerda el padre, que también resalta el inmenso deseo de vivir y el instinto de superviviente y la tenacidad que demostró en las horas sufridas después del accidente y en los días y meses que siguieron. En algún lugar de la casa guarda el teléfono de varios psicólogos especializados que le dieron en el hospital para ayudar a Bahia, pero no los ha utilizado por ahora.
Ella sonríe de una manera tristísima y esconde la cara porque todo esto le recuerda a su madre, cuyo cadáver nunca fue encontrado. Asegura que casi todos los días se acuerda del accidente, de la noche agarrada a la plancha con la ventanilla. Pero necesita terminar ya de contarlo. Hay cosas más importantes que hacer para una chica de 14 años: el futuro, que esta tarde tiene forma de un amigo que llama, que espera abajo y que les mete prisa a ella y a su padre para que salgan de casa. Se levanta de la lavadora de un salto.
-¡Papá, vámonos ya, tenemos que irnos al cumpleaños, lo prometiste!

Por Antonio Jiménez Barca, periodista de El País.

sábado, 13 de febrero de 2010

FISAHARA 2010

FiSahara 2010 ya tiene fecha! Será del 26 de abril al 2 de mayo, repitiendo un año más en el campamento de refugiados saharauis de Dajla. Durate una semana y con el cine bajo las estrellas del desierto como escenario, atraeremos las miradas hacia Dajla, el campamento de refugiados más alejado de todos.
La edición de este año será otra prueba de superación para todos. Para el pueblo saharaui, para el Frente Polisario
, para la organización, para los actores, directores y realizadores que colaboran y participan, para los proyeccionistas, para la prensa nacional e internacional, para todos...
Si adversidades como la espalda y el silencio del gobierno Español o la mezquindad del marroquí no han podido otros años con el festival, ¿va a poder la crisis? Seguro que no. Entre todos, lo sacaremos adelante, porque se trata del único festival de cine en un campamento de refugiados, el único festival de cine que tiene más estrellas, el único festival del mundo que nació con vocación de extinguirse cuanto antes y porque es todo un acontecimiento cultural para los saharauis, no sólo para los de Dajla, sino de otros campamentos que recorren cientos de kilómetros para participar en el evento. Por todo eso, por las sonrisas de los niños cuando llegamos con los camiones, con los jeeps cargados de películas, medicamentos e ilusión, merece la pena todo el esfuerzo para estar en el FiSahara 2009.
Por ello a los interesados en vivir la experiencia de la VII edición del Festival Internacional de Cine del Sahara decirles que las inscripciones se abrirán en este mes de febrero 2010, en su segunda quincena.
Pero desde ya mismo, para asegurar la plaza, se puede enviar un e-mail a la dirección de correo electrónico del festival
producción@festivalsahara.com con el nombre completo, nº de teléfono y dirección de e-mail y de esta forma estarán haciendo la preinscripción y cuando llegue el momento de la apertura del proceso de inscripción serán avisados.
Desde la asociación cultural canaria Gran Angular, allí nos veremos.

domingo, 7 de febrero de 2010

ME CAÍ DEL MUNDO Y NO SÉ POR DONDE SE ENTRA.

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.

¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables!

¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!

¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!

Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!

¡Es más!
¡Se compraban para la vida de los que venían después!
La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de loza.
Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador tres veces.

¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de los tenis Nike?
¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa?
¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?
¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?
Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más basura.

El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.
El que tenga menos de 30 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el que recogía la basura!!
¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!
Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)

No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan.
Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor.. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y bote que ya se viene el modelo nuevo'.Hay que cambiar el auto cada 3 años como máximo, porque si no, eres un arruinado. Así el coche que tenés esté en buen estado . Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo!!!! Pero por Dios.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos.. . ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las tapas de los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para pone r en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'éste es un 4 de bastos'.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo,pegatina en el cabello y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la 'bruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo el entregado.


Eduardo Galeano, periodista y escritor Uruguayo.

jueves, 4 de febrero de 2010

SHANGHAI 2010

El hilo conductor de la exposición universal de Shanghai -cuyo lema es "mejor ciudad, mejor vida"- serán las soluciones a los retos que plantea el imparable crecimiento urbano del siglo XXI.
La respuesta del pabellón de España, bajo el lema, "de la ciudad de nuestros padres a la de nuestros hijos", consiste en presentarnos como un país a la vez viejo y nuevo, moderno y respetuoso con nuestro patrimonio, para ello nada mejor que el cine.
Los directores de cine españoles Bigas Luna, Isabel Coixet
y Basilio Martín Patino han recibido el encargo de diseñar el proyecto expositivo –de las tres salas- en el interior del pabellón español de la Expo Universal de Shanghai 2010 y tendrán como reto contar el origen, la evolución y el futuro de lo español.

El director catalán firma "Origen", el primero de los tres espacios que verán los visitantes del pabellón que representará a España en la Expo 2010 de Shanghai.
Mientras, Basilio Martín Patino retrata en "Ciudades" la transformación de la sociedad en el último medio siglo e Isabel Coixet muestra en "Hijos", "las propuestas de la ciudad del futuro", explica la directora catalana.

Para Bigas Luna es una buena idea que el contenido del pabellón de España se encargase a tres cineastas. "Nuestro trabajo es contar historias y dotarlas de un ritmo que enganche al espectador", señala.
El director de "Jamón, Jamón" (1992) se ha ocupado de la primera sala del espectacular pabellón español -una construcción de 7.500 metros cuadrados cuya fachada estará recubierta de mimbre-.
Con el objetivo de meterse "a los chinos en el bolsillo" ya que de los más de 70 millones de visitantes que se espera tenga la Expo, se calcula que 5 millones verán la oferta española.
Bigas Luna quiere dar a los visitantes "una sacudida, que noten que están en el pabellón de un país potente, con un ADN ibérico de alta tensión", para lo cual ha diseñado un "espacio espectacular", un túnel presidido por un trozo de sílex, traída del yacimiento de Atapuerca (Burgos), "como piedra emblemática del origen de nuestra historia".
Las cuevas de Altamira, la Mezquita de Córdoba o el Guernica de Picasso se verán en unas pantallas de 6 metros de largo por 60 de alto, que han pasado por el pincel del propio cineasta -"es la primera vez que mezclo mi trabajo pictórico con el cinematográfico", explica-.
Un repaso visual de seis minutos, a "la sensualidad y el espíritu creativo, de aproximación a la vida que nos define", y que Bigas Luna concluye con imágenes de deportistas como Pau Gasol o Rafael Nadal.

Martín Patino ha condensado en siete minutos la evolución de las ciudades españolas en el último medio siglo.
Un trabajo que le ha permitido, a sus 80 años, "experimentar algo nuevo, como ofrecer al espectador varias imágenes sobre el mismo tema, diferentes interpretaciones de la memoria, que cada uno elige en función de sus recuerdos íntimos, al contrario que el cine, donde una foto va detrás de otra".
El autor de "Nueve cartas a Berta" (1966) ha trabajado con miles de fotografías de todas las épocas y diferentes ciudades españolas para componer "un festín de imágenes", organizadas en bandas distribuidas por el espacio como enormes lienzos que se cruzan entre sí, y montado al ritmo de "El retablo de Maese Pedro", de Manuel de Falla.
Entre las imágenes en blanco y negro y las actuales, Martín Patino observa "el espíritu vitalista" que ha conseguido España, y con el que espera conectar con la cultura china, "que en su historia reciente lo han pasado igual o peor que nosotros", apunta.

Isabel Coixet cierra el pabellón español con la sala "Hijos", donde a través de los sueños de Miguelín, un bebé que protagoniza el espacio, se muestran los conceptos que la cultura española puede aportar a las ciudades del futuro.
A los visitantes les reciben imágenes de niños que saludan con "Hola" y "Nihao", en español o chino, porque, como explica la directora, "los chinos tiene una fascinación especial por los bebés".
A través de diez pantallas ubicadas en el suelo de la sala, películas de animación explican en un minuto las propuestas españolas en temas como urbanismo, la sostenibilidad, la educación, la sanidad o las reglas de igualdad entre sexos, cuestión esta última "que han llamado mucho la atención a los chinos".


Si el exterior cuesta 18 millones de euros, el contenido supondrá un gasto de 12 millones.
La Expo 2010, que es la primera en la que una nación emergente -China- actúa como sede, se celebrará del 1 de mayo al 31 de octubre, y se espera que sea la mayor de la historia por las dimensiones, el número de participantes y expectativas de visitantes.