sábado, 29 de mayo de 2010

AFRICA ES

El 25 de mayo de 1963 vio la luz la O.U.A. (Organización de la Unidad Africana). En aquel momento treinta y dos estados africanos perseguían, con la creación de este órgano, alcanzar objetivos muy claros como liberar al continente del colonialismo y del apartheid, promover la unidad y solidaridad entre los estados miembros, garantizar su soberanía e integridad territorial y fomentar la cooperación internacional en el marco de las Naciones Unidas.
Para recordar la firma de este acuerdo, cada 25 de mayo se celebra el Día Mundial de África, que ha evolucionado desde un día para la fastuosidad hasta culminar en un día para la reflexión, para el analizar el pasado y seguir construyendo su futuro.
Por ello el pasado 25 de mayo de 2010, volvía a celebrarse el Día Mundial de África, de un África con las mismas carencias, miserias, luchas y contradicciones que hace hoy cuarenta y siete años que se fundara la O.U.A.
Da la sensación que este largo periodo de tiempo trascurrido sólo ha servido para que África abandone la condición de continente sumido en la esclavitud para aliarse con la corrupción instalada en una política nutrida por poderosos intereses económicos, que continúan colocando alambradas a favor de los que todo tienen y quieren más.
Ese conjunto de cincuenta y cuatro países con cientos de etnias e idiomas diferentes necesita, de una vez por todas, ser gestionado por sus mentes lucidas y que las políticas de desarrollo cargadas de donaciones a ONGs al servicio de los oscuros intereses de empresas privadas que tratan de disfrazar el genocidio actual en pobreza histórica y que sirven para expiar las incómodas conciencias africanas, dejen paso a políticas de desarrollo que estén dirigidas por los propios africanos que conocen de sobra las necesidades reales de una población cansada de sufrir, en definitiva que “la falsa caridad desaparezca en favor de la paz y justicia social”.
Por nuestra cercanía geográfica, por nuestros orígenes, por nuestra facilidad para empatizar con otras culturas y por la corta pero intensa experiencia que nos avala con una parte pequeña de este inmenso continente, queremos afirmar que África Es su gente, es Fachma y Nayat –dos hermanas saharauis de cuatro meses y cuatro años respectivamente- que viven en los campamentos de refugiados de Tinduf y profesan un cariño infinito, son portadoras de las sonrisas más hermosas del mundo y forman parte de un pueblo que ha aprendido a sobrevivir, día a día, en medio de la hamada argelina abandonado hace más de 37 años por la comunidad internacional, pero eso no es inconveniente para que su madre tenga las fuerzas suficientes de llevar la carga de su casa, sus hijas y la organización de su pueblo a sus espaldas.

África Es el lugar donde cada tarde regresa el sol lleno de alegría para descansar antes de irse a dormir, África Es una inmensa universidad a donde se llega para educar el corazón y donde fluyen las emociones que nos devuelven a nuestra perdida condición humana, porque África Es luz y vida.

Por todo ello y para cuando África recupere todo aquello que le han robado – y no sólo hablamos de lo material, que ya es bastante- entonces SÍ podremos festejar el día mundial de África y entonces será cuando Fachma y Nayat se sientan, por primera vez, las personas más felices del mundo.Hasta alcanzar ese día, seguiremos luchando.

lunes, 17 de mayo de 2010

UN VIAJE DE SENTIMIENTO

Cualquiera de los componentes de Gran Angular que nos adentramos en la vivencia del Fisahara 2010, podríamos hablar de lo extraordinariamente enriquecedora, grande y dura que ha sido en toda su plenitud. Podríamos hablar de las adversidades que las inclemencias del caprichoso tiempo nos regaló, de los pesados e incansables traslados que separan a los pueblos, de la paradoja de encontrarte a la hospitalidad de manos de la miseria, de nuestras situaciones vivenciales, de un sin fin de cosas más, llenas de realismo… Pero ni los primerizos ni los repetidores, imaginábamos que este viaje, terminaría siendo un regalo para nosotros mismos, de unas magnitudes tales, que hasta pensarlas se hacen impensables.

Este viaje se relata desde la sensación, casi indescriptible, que se siente cuando un puño se retuerce en tu pecho, hasta tal punto que tu diafragma queda totalmente unido a tu pecho y todo late al unísono, de tu propio ritmo del corazón. Sensación tremendamente dolorosa, cuando se acompaña del sentimiento que sientes, cuando oíamos las palabras de agradecimiento del padre de Lamana, una de las niñas del taller que organizamos este año. Porque tú sentías, la hospitalidad y bondad, a medida que sus palabras salían de su boca para agradecernos el tiempo que hemos compartido con su hija. Que le hubiéramos enseñado cosas y que su casa es nuestra casa y su hija es nuestra hija, para cuando decidamos volver. Nos daba las gracias por ayudar y que siente no poder ofrecernos más… esa dulce sensación, se entremezclaba con la dolorosa sin razón, que te ahogaba el pecho.

Cómo sentíamos cada retuerzo, cuándo grabábamos las palabras de la abuela de Marian, otra de las niñas del taller. Nos hablaba una anciana mujer que rebosaba una incansable lucha por la vida digna. Ni un ápice de flaqueza, ni desesperanza, ni un mínimo gesto de cansancio ante la lucha por una causa justa, la de su pueblo. Nos agradecía que fuéramos voces de los sin voz, que ayudáramos a apoyar la vida digna de todo ser humano en la tierra. Nos daba las gracias por escuchar su ahogante lucha de sufrimiento, de dolor, de esperanza, de miseria pero sobre todo de VIDA.
También podríamos hablar de cómo nuestro cuerpo se retorcía, cuando sentíamos el abrasador viento del siroco, mezclado con la arena del desierto y un calor asfixiante (en más de una ocasión superamos los 50 grados). De cómo sientes que envejeces, en tu caminar, en tu calma, en tus fuerzas, en tu energía vital, pensando que es algo que sucede para ayudarte a soportarlo, algo que para ellos forma parte de su vida. Como llegas a admirar a esas personas que te rodean, por enseñarnos que las causas justas merecen toda tu energía, a pesar de las adversidades. Que la vida digna, tiene que estar por encima, de cualquier raza, color, nacionalidad, bandera o condición.

Sin lugar a dudas, este viaje fue de unas dimensiones tales, que pasará todo una vida, donde nos resuenen palabras y sensaciones; como que la condición humana sea la que prevalezca y que sea el sentimiento de humanidad, el que rija los hilos de la vida. Y que este “Viaje de sentimiento” no acabe nunca, mientras haya un pueblo que no tenga una vida digna.
Para los que dejamos en presencia, pero nos acompañan en cada paso de esta lucha, GRACIAS al PUEBLO SAHARAUI.

miércoles, 12 de mayo de 2010

20 AÑOS DE ESPAL

EL pasado 10 de mayo se inauguraba en el teatro municipal Víctor Jara de Vecindario (Santa Lucía-Gran Canaria) el Encuentro de Solidaridad con los Países de África y Latinoamérica (ESPAL), que celebra este año su XX aniversario (1991-2010) bajo el lema "20 años de Espal, 20 años de Denuncia", que se prolongará hasta el próximo 16 de mayo, con conferencias, exposiciones de fotografías, videoinstalaciones, talleres, pasacalles, stands: de Ong´s, artesanos del mundo, colectivos culturales, etc y por cierto buena música, al cual nos atrevemos a invitarles sin lugar a equivocarnos.

Desde Gran Angular queremos contribuir una vez más al desarrollo de este encuentro y para ello hemos preparado, en voz de uno de los integrantes de esta asociación, lo que podría ser la historia de estos 20 años de saludable encuentro.

"De entre lo mucho que les agradezco a mis padres, está el que siguieran las enseñanzas de Simón Rodríguez, maestro de Simón Bolívar: «Hay que enseñar a los niños a ser preguntones, para que se acostumbren a obedecer a la razón. Para que no obedezcan a la autoridad, como limitados, ni a la costumbre, como los estúpidos. Porque, al que no sabe, cualquiera lo engaña. Y al que no tiene, cualquiera lo compra.»

Se cumplen veinte años del primer Encuentro de Solidaridad con los Pueblos de África y Latinoamérica (ESPAL) de la misma manera que se celebró su primera edición: con coherencia, sobriedad y, sobre todo, compromiso cultural y solidario.

Cuando trato de analizar estos veinte años de eventos culturales que han tenido como fin la denuncia de la injusticia, la acción por un mundo más justo y solidario y la esperanza de conseguirlo, tengo que separar dos puntos de vista, dos miradas, dos sentimientos. El primer punto de vista tiene que ver con el Espal como parte de mi educación infantil, como parte de los recuerdos y de los descubrimientos de mi infancia. El segundo, en cambio, es un análisis consciente de lo que este evento cultural y solidario implica para una sociedad como la santaluceña que, en pocos años, pasó de la pobreza a la riqueza y al desarrollo, sin tiempo apenas para darse cuenta de los cambios que experimentaba.

Desde una perspectiva infantil, acudir al Espal significaba sentarse a disfrutar, imaginar y descubrir, en un joven y recién inaugurado Teatro Víctor Jara, músicas, cuentos, historias, realidades, culturas, costumbres y tradiciones que llegaban de países que aún ni siquiera sabía dónde ubicar en el mapa. Gracias a aquellas primeras ediciones, aquel niño ilusionado con ir al teatro pudo saber y entender que, más cerca de lo que se piensa, hay gente que lo pasa mal; gente que no puede hablar, pensar ni tampoco cantar o bailar con libertad. Que, mientras Santa Lucía era un municipio que no paraba de inaugurar instalaciones y servicios públicos de todo tipo, el hambre, el agua, las condiciones insalubres y también la guerra destrozaban las ilusiones y los sueños de otros niños.

Aquellas primeras ediciones del Espal, por lo tanto, daban la oportunidad de crecer aprendiendo y de aprender creciendo. Ofrecían la posibilidad de descubrir a músicos, poetas, pueblos y realidades que, sin embargo, la múltiple oferta de medios de comunicación, televisiones e Internet jamás se han preocupado de dar a conocer de manera masiva. Hace veinte años, cuando no existía Internet y mucho menos Youtube, pocos habrían conocido las canciones de Daniel Viglietti o de Salif Keita si no hubiera sido gracias al Espal. A través de las actuaciones, de los conciertos y de las conferencias programadas en el marco de este evento, aquel niño que acudía con ojos curiosos fue conociendo el significado de la solidaridad, de compartir y de compromiso. Pero, lo que es más importante, aquel niño inquieto tuvo la oportunidad de aprender a ser crítico, a comparar informaciones y a buscar lo que se oculta tras los tópicos y los estereotipos.

Si bien no sé si soy yo aquel niño que, gracias al Espal, tanto aprendió, se emocionó y se comprometió con la defensa de un mundo más justo, desde una perspectiva quizá más adulta y quizá subjetiva, hay que decir que el Espal cumple veinte años de manera coherente. A lo largo de estos años, las realidades de los países de África y de América Latina han cambiado. En ciertos casos, para mejor. En otros, para seguir profundizando el abismo que separa al mundo enriquecido del mundo empobrecido. Sin embargo, el discurso y los objetivos de esta ventana al mundo siguen teniendo más vigencia que nunca antes. El Espal cumple veinte años sin más fastos que su propia celebración; sin fuegos artificiales ni fiestas de derroche y propaganda. La grave crisis económica mundial no podía ser excusa para dejar de celebrar este acontecimiento cultural y solidario. Porque, si bien el mundo rico atraviesa hoy dificultades económicas nunca vistas, hay pueblos que siempre han vivido en crisis y jamás han conocido el significado de la prosperidad. Por eso, el Espal ha vuelto a dar ejemplo de compromiso, de solidaridad y de austeridad. Lo más fácil habría sido suspender esta vigésima edición, argüir restricciones económicas y excusarse en la necesidad de ahorro. Hacerlo, habría significado olvidar y traicionar los orígenes de un pueblo como Santa Lucía, un municipio que, hace no tantos años, se enmarcaba en el llamado “triángulo de la pobreza”. Así pues, esta valiente y coherente decisión hacen más apreciable, si cabe, esta contribución solidaria a partir de la cultura, de la concienciación y del testimonio.

Por desgracia, en plena crisis económica mundial, la cultura de la solidaridad cotiza a la baja y, por ello, el Espal constituye una necesidad social. El Espal debe seguir profundizando, provocando y fomentando la reflexión sobre, entre otros, las grandes paradojas y sobre la sempiterna hipocresía de los cinco países con derecho a veto dentro de la Organización de Naciones Unidas. El Espal tiene que seguir denunciando que, mientras la ONU vuelve a aplazar las campañas destinadas a alcanzar los Objetivos del Milenio, gobiernos de todo el mundo invierten todos sus fondos en rescatar y financiar –o premiar- a los mismos bancos que generaron la crisis actual. El Espal tiene que seguir provocándonos, como mínimos, gritos de susto ante tales realidades.

Veinte años después de su primera edición, hay algo que no ha cambiado: la solidaridad sigue siendo el camino más corto hacia la igualdad entre los pueblos y el Espal constituye una herramienta social y cultural imprescindible para avanzar por el camino de la esperanza. A sus visionarios creadores, les debemos un merecidísimo respeto, pues supieron ver el árbol y el bosque al mismo tiempo. Abrieron las miras de un pequeño pueblo a los inmensos mundos de un desordenado planeta que tenemos el deber de mejorar.

Tras estos veinte años de sobrada consolidación cultural y solidaria, el Espal tiene que añadir nuevos retos a sus objetivos primigenios. Si bien el Teatro Víctor Jara es un referente de compromiso por la justicia y la igualdad de los pueblos, este evento también debería salir de este magnánimo templo de la solidaridad; tiene que inundar las calles, los colegios, los hogares y los medios de comunicación. Durante los próximos años, el Espal, sin dejar de ser humilde, tiene que marcarse el reto de volver a ser protagonista de tertulias y también deberá implicarse con la literatura y el cine, actividades culturales imprescindibles para la concienciación que quizá ha desatendido durante sus veinte primeras ediciones.

Sea como sea, el Encuentro de Solidaridad con los Pueblos de África y Latinoamérica ha marcado ya un hito, ha establecido una marca imborrable que confirma un compromiso fehaciente, decidido y coherente por la justicia y la igualdad entre los pueblos y entre las gentes. Por si fuera poco, el Espal ha demostrado y seguirá demostrando que, en Santa Lucía, progreso no significa olvido."