miércoles, 12 de mayo de 2010

20 AÑOS DE ESPAL

EL pasado 10 de mayo se inauguraba en el teatro municipal Víctor Jara de Vecindario (Santa Lucía-Gran Canaria) el Encuentro de Solidaridad con los Países de África y Latinoamérica (ESPAL), que celebra este año su XX aniversario (1991-2010) bajo el lema "20 años de Espal, 20 años de Denuncia", que se prolongará hasta el próximo 16 de mayo, con conferencias, exposiciones de fotografías, videoinstalaciones, talleres, pasacalles, stands: de Ong´s, artesanos del mundo, colectivos culturales, etc y por cierto buena música, al cual nos atrevemos a invitarles sin lugar a equivocarnos.

Desde Gran Angular queremos contribuir una vez más al desarrollo de este encuentro y para ello hemos preparado, en voz de uno de los integrantes de esta asociación, lo que podría ser la historia de estos 20 años de saludable encuentro.

"De entre lo mucho que les agradezco a mis padres, está el que siguieran las enseñanzas de Simón Rodríguez, maestro de Simón Bolívar: «Hay que enseñar a los niños a ser preguntones, para que se acostumbren a obedecer a la razón. Para que no obedezcan a la autoridad, como limitados, ni a la costumbre, como los estúpidos. Porque, al que no sabe, cualquiera lo engaña. Y al que no tiene, cualquiera lo compra.»

Se cumplen veinte años del primer Encuentro de Solidaridad con los Pueblos de África y Latinoamérica (ESPAL) de la misma manera que se celebró su primera edición: con coherencia, sobriedad y, sobre todo, compromiso cultural y solidario.

Cuando trato de analizar estos veinte años de eventos culturales que han tenido como fin la denuncia de la injusticia, la acción por un mundo más justo y solidario y la esperanza de conseguirlo, tengo que separar dos puntos de vista, dos miradas, dos sentimientos. El primer punto de vista tiene que ver con el Espal como parte de mi educación infantil, como parte de los recuerdos y de los descubrimientos de mi infancia. El segundo, en cambio, es un análisis consciente de lo que este evento cultural y solidario implica para una sociedad como la santaluceña que, en pocos años, pasó de la pobreza a la riqueza y al desarrollo, sin tiempo apenas para darse cuenta de los cambios que experimentaba.

Desde una perspectiva infantil, acudir al Espal significaba sentarse a disfrutar, imaginar y descubrir, en un joven y recién inaugurado Teatro Víctor Jara, músicas, cuentos, historias, realidades, culturas, costumbres y tradiciones que llegaban de países que aún ni siquiera sabía dónde ubicar en el mapa. Gracias a aquellas primeras ediciones, aquel niño ilusionado con ir al teatro pudo saber y entender que, más cerca de lo que se piensa, hay gente que lo pasa mal; gente que no puede hablar, pensar ni tampoco cantar o bailar con libertad. Que, mientras Santa Lucía era un municipio que no paraba de inaugurar instalaciones y servicios públicos de todo tipo, el hambre, el agua, las condiciones insalubres y también la guerra destrozaban las ilusiones y los sueños de otros niños.

Aquellas primeras ediciones del Espal, por lo tanto, daban la oportunidad de crecer aprendiendo y de aprender creciendo. Ofrecían la posibilidad de descubrir a músicos, poetas, pueblos y realidades que, sin embargo, la múltiple oferta de medios de comunicación, televisiones e Internet jamás se han preocupado de dar a conocer de manera masiva. Hace veinte años, cuando no existía Internet y mucho menos Youtube, pocos habrían conocido las canciones de Daniel Viglietti o de Salif Keita si no hubiera sido gracias al Espal. A través de las actuaciones, de los conciertos y de las conferencias programadas en el marco de este evento, aquel niño que acudía con ojos curiosos fue conociendo el significado de la solidaridad, de compartir y de compromiso. Pero, lo que es más importante, aquel niño inquieto tuvo la oportunidad de aprender a ser crítico, a comparar informaciones y a buscar lo que se oculta tras los tópicos y los estereotipos.

Si bien no sé si soy yo aquel niño que, gracias al Espal, tanto aprendió, se emocionó y se comprometió con la defensa de un mundo más justo, desde una perspectiva quizá más adulta y quizá subjetiva, hay que decir que el Espal cumple veinte años de manera coherente. A lo largo de estos años, las realidades de los países de África y de América Latina han cambiado. En ciertos casos, para mejor. En otros, para seguir profundizando el abismo que separa al mundo enriquecido del mundo empobrecido. Sin embargo, el discurso y los objetivos de esta ventana al mundo siguen teniendo más vigencia que nunca antes. El Espal cumple veinte años sin más fastos que su propia celebración; sin fuegos artificiales ni fiestas de derroche y propaganda. La grave crisis económica mundial no podía ser excusa para dejar de celebrar este acontecimiento cultural y solidario. Porque, si bien el mundo rico atraviesa hoy dificultades económicas nunca vistas, hay pueblos que siempre han vivido en crisis y jamás han conocido el significado de la prosperidad. Por eso, el Espal ha vuelto a dar ejemplo de compromiso, de solidaridad y de austeridad. Lo más fácil habría sido suspender esta vigésima edición, argüir restricciones económicas y excusarse en la necesidad de ahorro. Hacerlo, habría significado olvidar y traicionar los orígenes de un pueblo como Santa Lucía, un municipio que, hace no tantos años, se enmarcaba en el llamado “triángulo de la pobreza”. Así pues, esta valiente y coherente decisión hacen más apreciable, si cabe, esta contribución solidaria a partir de la cultura, de la concienciación y del testimonio.

Por desgracia, en plena crisis económica mundial, la cultura de la solidaridad cotiza a la baja y, por ello, el Espal constituye una necesidad social. El Espal debe seguir profundizando, provocando y fomentando la reflexión sobre, entre otros, las grandes paradojas y sobre la sempiterna hipocresía de los cinco países con derecho a veto dentro de la Organización de Naciones Unidas. El Espal tiene que seguir denunciando que, mientras la ONU vuelve a aplazar las campañas destinadas a alcanzar los Objetivos del Milenio, gobiernos de todo el mundo invierten todos sus fondos en rescatar y financiar –o premiar- a los mismos bancos que generaron la crisis actual. El Espal tiene que seguir provocándonos, como mínimos, gritos de susto ante tales realidades.

Veinte años después de su primera edición, hay algo que no ha cambiado: la solidaridad sigue siendo el camino más corto hacia la igualdad entre los pueblos y el Espal constituye una herramienta social y cultural imprescindible para avanzar por el camino de la esperanza. A sus visionarios creadores, les debemos un merecidísimo respeto, pues supieron ver el árbol y el bosque al mismo tiempo. Abrieron las miras de un pequeño pueblo a los inmensos mundos de un desordenado planeta que tenemos el deber de mejorar.

Tras estos veinte años de sobrada consolidación cultural y solidaria, el Espal tiene que añadir nuevos retos a sus objetivos primigenios. Si bien el Teatro Víctor Jara es un referente de compromiso por la justicia y la igualdad de los pueblos, este evento también debería salir de este magnánimo templo de la solidaridad; tiene que inundar las calles, los colegios, los hogares y los medios de comunicación. Durante los próximos años, el Espal, sin dejar de ser humilde, tiene que marcarse el reto de volver a ser protagonista de tertulias y también deberá implicarse con la literatura y el cine, actividades culturales imprescindibles para la concienciación que quizá ha desatendido durante sus veinte primeras ediciones.

Sea como sea, el Encuentro de Solidaridad con los Pueblos de África y Latinoamérica ha marcado ya un hito, ha establecido una marca imborrable que confirma un compromiso fehaciente, decidido y coherente por la justicia y la igualdad entre los pueblos y entre las gentes. Por si fuera poco, el Espal ha demostrado y seguirá demostrando que, en Santa Lucía, progreso no significa olvido."






1 comentario:

  1. MUCHAS GRACIAS POR HACERME REFLXIONAR CON ESTE ARTÍCULO SOBRE ESPAL.
    ME SIENTO ORGULLOSO DE SER VECINO DE ESTE MUNICIPIO Y DE ESTAR ARROPADO POR TANTAS PERSONAS ÍNTEGRAS Y SOLIDARIAS.
    NUNCA DEJARÉ DE VALORAR MI AFINCAMIENTO EN ESTA SOCIEDAD SANTALUCEÑA.
    Domingo

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