jueves, 16 de junio de 2011

FRESA Y CHOCOLATE

Memorias del escritor cubano Senel Paz, guionista de Fresa y chocolate, sobre sus “aportes” ―el primero de ellos una “metedura de pata”― durante el rodaje de la legendaria película

por Senel Paz

Una vez que entregué mi versión definitiva del guion [de Fresa y chocolate], la que concursó y ganó el Premio del Festival Internacional del Nuevo Cine, Titón no me hizo nuevas consultas, y mi relación con la película prácticamente terminó. No intervine en el guion técnico ni tampoco en el trabajo de mesa con los actores y demás colaboradores. Es lo que suele suceder en el cine. En cambio, me permitió curiosear un poco mientras se preparaba la puesta en escena y durante la filmación, lo que no me había sucedido en las películas anteriores en las que había participado.

La mayoría de los directores prefieren que el guionista se mantenga alejado de la filmación. Tampoco al guionista, salvo excepciones, le interesa vincularse a la película porque, después de un largo y angustioso período, su trabajo ha terminado y puede dedicarse a otra cosa. Pero a Titón le interesaron mis opiniones sobre algunos asuntos. Por ejemplo, las locaciones, en particular La Guarida, la casa de Diego, donde hoy hay un restaurante famoso que nos recuerda permanentemente el filme. Me gustó mucho el sitio y el trabajo del director de arte, Fernando O’Reilly, con quien tuve un inolvidable intercambio de ideas.

Luego, cuando solo le quedaron dos aspirantes para el personaje de Diego, Titón me volvió a llamar. En este caso, prácticamente hizo una encuesta entre sus colaboradores más cercanos, y mi opinión era una de las que más le interesaban. Cuando pedía una opinión, uno se empleaba a fondo a la hora de emitirla porque sabía que tendría muy en cuenta lo que dijera y que reflexionaría sobre ella, aunque al final tomara una decisión contraria a tu punto de vista; pero sabías que esta había sido tenida en cuenta en su reflexión.

Como tarea más específica me pidió que estuviera cerca de los dos actores principales tanto como me fuera posible, que les hablara de la historia y del contexto en que se desarrollaba y les presentara a escritores y artistas que pudieran ofrecerles testimonios y vivencias. Cumplí el encargo con tanta dedicación y gusto que me eché de amigos a aquellos dos para toda la vida. La amistad de Vladimir y Pichi es el mayor regalo que me dejó la película. Pienso que se sentían más cómodos conmigo y que les resultaba fácil plantearme dudas o inquietudes porque Titón, en ocasiones, inspiraba un respeto que paralizaba.

Estas pequeñas incursiones mías en la etapa de filmación me dieron la oportunidad de hacer tres “aportes” a la puesta en escena, el primero de ellos una metedura de pata: agregué al decorado una foto de Marilyn Monroe que aparece en la puerta de entrada. La foto andaba por allí, no la llevé yo, se mencionaba en el guion y tenía relevancia ―cerca del final hay una referencia muy explícita a Algunos prefieren quemarse―. Sin embargo, cuando Titón la vio en una escena que no había filmado él y que eran las primeras en La Guarida no le gustó nada o, mejor dicho, montó en cólera, no sé por qué. No la pudo retirar porque ya se había filmado y nadie dijo que había sido yo quien la había colocado allí, tal vez porque nadie me vio hacerlo, y yo, al ver su disgusto, opté por callarme, me curé en salud y no volví a meter las manos en nada. Si hubiera sido un poco después, le habría echado la culpa a Jorge Perugorría para verlo tartamudear y pasar un mal rato.

El siguiente “aporte” que hice, y que en cambio Titón apreció mucho, son las subjetivas de David en torno a todo lo que hay en la casa de Diego y en la ciudad. Rebeca [Chávez], que filmaba su documental sobre Titón y la experiencia de la filmación de la película, me apoyaba. El guion marca constantemente estas subjetivas, ellas son lo que queda de la narración en primera persona en que está el relato original; pero por diversas razones no se le daba importancia y apenas se habían filmado algunos planos, creo que se tomaban como apuntes demasiado literarios de mi parte o influía el hecho de que el cine no tiene muy en cuenta la narración en primera persona.

El actor Vladimir Cruz ―por aquel entonces tímido y aguajirado, cualidades que le duraron poco― estaba consciente de que eran necesarias pero no se atrevía a reclamarlas, y yo insistí sobre el particular hasta casi ponerme pesado y, finalmente, se grabaron unas cuantas, quizá no tantas como hubiera sido bueno.

No se puede decir que en la película haya muchas buenas tomas de la ciudad cuando La Habana estaba entre los grandes amores de Titón, y era para el personaje de David una revelación continua reforzada por Diego. En el documental de Rebeca, Silencio, se filma Fresa y chocolate, hay tomas mucho más significativas, pero no se pudieron usar en la película porque estaban filmadas en otro formato, según creo recordar.

Mi tercera intervención durante la puesta en escena fue una protesta porque el pasaje de la cena, que nosotros llamábamos “cena lezamiana”, la planeaban filmar en la mesa que siempre estaba en la cocina, la cual era redonda. Juan Carlos no le daba importancia al asunto, pero a mí me parecía una barbaridad y no sé si convencí a Titón con un montón de argumentos o si me complació para que dejara de fastidiar y poder filmar, pero al final la cambiaron.

También aporté el libro de John Donne que manosean los personajes, una edición inexistente del poeta inglés, preparada por mí. La tripa del libro, y este es el dato curioso, pertenece a un poemario de Dulce María Loynaz que sacrifiqué para la ocasión, y la tapa y los letreros del título provienen de unos viejos libros sobre la toma de La Habana por los ingleses. Conservé ese ejemplar de Donne-Loynaz durante mucho tiempo hasta que un día se lo devolví al dueño, es decir, a Diego en la persona de Pichi.

Mi última intervención sí fue importante y dio lugar a algunas discusiones un poco agrias entre nosotros. En un momento dado, Juan Carlos Tabío propuso sustituir la figura de Lezama Lima por la de Fernando Ortiz, a quien parece que él profesa mayor admiración y considera un padre de la cubanía más importante que el poeta. No sé qué artes se dio, pero logró convencer a Titón, y a mí “desconvencerlo” me costó Dios y ayuda y unas cuantas cuartillas de argumentaciones y protestas. Me puse verdaderamente pesado.

Una que sí no le gané a Juan Carlos fue que se filmara una escena, presente en el guion ―como podrá comprobar quien lo lea―, en la que David, después de hacer el amor con Nancy, baja desnudo al salón donde acaba de tener lugar la mencionada cena lezamiana, bebe una última copa de ron añejo y fuma un puro, imitando un poco a Lezama. Para mí significaba una broma con Diego: todos veíamos a David desnudo excepto él, y también, y sobre todo, la recreación de un ceremonial machista según el cual un trago y un puro como colofón del sexo es un acto de reafirmación y celebración de la masculinidad, y más en un hombre que acababa de perder la virginidad. Esto no se llegó a rodar, y todavía lo lamento.
Tomado de La Jiribilla
Fresa y chocolate en La Ventana:

Entrevista de Rebeca Chávez a Titón, a propósito de Fresa y Chocolate

Réquiem para Diego

Perugorría y los 40

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